Bienvenidos y bienvenidas a las posibilidades supremas.
Ésta es mi bitácora irresponsable.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Music

Música: melancólico alimento para los que vivimos de amor


Battlestar escralatchita. Incubus


jueves, 16 de septiembre de 2010

El etnógrafo, Jorge Luis Borges

EL ETNOGRAFO


Jorge Luis Borges



El caso me lo refirieron en Texas, pero había acontecido en otro estado. Cuenta con un solo protagonista, salvo que en toda historia los protagonistas son miles, visibles e invisibles, vivos y muertos. Se llamaba, creo, Fred Murdock. Era alto a la manera americana, ni rubio ni moreno, de perfil de hacha, de muy pocas palabras. Nada singular había en él, ni siquiera esa fingida singularidad que es propia de los jóvenes. Naturalmente respetuoso, no descreía de los libros ni de quienes escriben los libros. Era suya esa edad en que el hombre no sabe aún quién es y está listo para entregarse a lo que le propone el azar: la mística del persa o el desconocido origen del húngaro, la aventuras de la guerra o del álgebra, el puritanismo o la orgía. En la universidad le aconsejaron el estudio de las lenguas indígenas. Hay ritos esotéricos que perduran en ciertas tribus del oeste; su profesor, un hombre entrado en años, le propuso que hiciera su habitación en una toldería, que observara los ritos y que descubriera el secreto que los brujos revelan al iniciado. A su vuelta, redactaría una tesis que las autoridades del instituto darían a la imprenta. Murdock aceptó con alacridad. Uno de sus mayores había muerto en las guerras de la frontera; esa antigua discordia de sus estirpes era un vínculo ahora. Previó, sin duda, las dificultades que lo aguardaban; tenía que lograr que los hombres rojos lo aceptaran como a uno de los suyos. Emprendió la larga aventura. Más de dos años habitó en la pradera, bajo toldos de cuero o a la intemperie. Se levantaba antes del alba, se acostaba al anochecer, llegó a soñar en un idioma que no era el de sus padres. Acostumbró su paladar a sabores ásperos, se cubrió con ropas extrañas, olvidó los amigos y la ciudad, llegó a pensar de una manera que su lógica rechazaba. Durante los primeros meses de aprendizaje tomaba notas sigilosas, que rompería después, acaso para no despertar la suspicacia de los otros, acaso porque ya no las precisaba. Al término de un plazo prefijado por ciertos ejercicios, de índole moral y de índole física, el sacerdote le ordenó que fuera recordando sus sueños y que se los confiara al clarear el día. Comprobó que en las noches de luna llena soñaba con bisontes. Confió estos sueños repetidos a su maestro; éste acabó por revelarle su doctrina secreta. Una mañana, sin haberse despedido de nadie, Murdock se fue.

En la ciudad, sintió la nostalgia de aquellas tardes iniciales de la pradera en que había sentido, hace tiempo, la nostalgia de la ciudad. Se encaminó al despacho del profesor y le dijo que sabía el secreto y que había resuelto no publicarlo.



-- ¿Lo ata su juramento? --preguntó el otro.

-- No es ésa mi razón -- dijo Murdock --. En esas lejanías aprendí algo que no puedo decir.

-- ¿Acaso el idioma inglés es insuficiente? -- observaría el otro.

-- Nada de eso, señor. Ahora que poseo el secreto, podría enunciarlo de cien modos distintos y aun contradictorios. No sé muy bien cómo decirle que el secreto es precioso y que ahora la ciencia, nuestra ciencia, me parece una mera frivolidad.

Agregó al cabo de una pausa:

-- El secreto, por lo demás, no vale lo que valen los caminos que me condujeron a él. Esos caminos hay que andarlos.

El profesor le dijo con frialdad:

-- Comunicaré su decisión al Concejo. ¿Usted piensa vivir entre los indios?

Murdock le contestó:

-- No. Tal vez no vuelva a la pradera. Lo que me enseñaron sus hombres vale para cualquier lugar y para cualquier circunstancia.

Tal fue, en esencia, el diálogo.

Fred se casó, se divorció y es ahora uno de los bibliotecarios de Yale.

Ulrica Jorge Luis Borges

Ulrica”, de Jorge Luis Borges


Mi relato será fiel a la realidad o, en todo caso, a mi recuerdo personal de la realidad, lo cual es lo mismo. Los hechos ocurrieron hace muy poco, pero sé que el hábito literario es asimismo el hábito de intercalar rasgos circunstanciales y de acentuar los énfasis. Quiero narrar mi encuentro con Ulrica (no supe su apellido y tal vez no lo sabré nunca) en la ciudad de York. La crónica abarcará una noche y una mañana.
Nada me costaría referir que la vi por primera vez junto a las Cinco Hermanas de York, esos vitrales puros de toda imagen que respetaron los iconoclastas de Cromwell, pero el hecho es que nos conocimos en la salita del Northern Inn, que está del otro lado de las murallas. Éramos pocos y ella estaba de espaldas. Alguien le ofreció una copa y rehusó.

–Soy feminista –dijo–. No quiero remedar a los hombres. Me desagradan su tabaco y su alcohol.

La frase quería ser ingeniosa y adiviné que no era la primera vez que la pronunciaba. Supe después que no era característica de ella, pero lo que decimos no siempre se parece a nosotros.
Refirió que había llegado tarde al museo, pero que la dejaron entrar cuando supieron que era noruega.
Uno de los presentes comentó:

–No es la primera vez que los noruegos entran en York.

–Así es –dijo ella–. Inglaterra fue nuestra y la perdimos, si alguien puede tener algo o algo puede perderse.

Fue entonces cuando la miré. Una línea de William Blake habla de muchachas de suave plata o de furioso oro, pero en Ulrica estaban el oro y la suavidad. Era ligera y alta, de rasgos afilados y de ojos grises. Menos que su rostro me impresionó su aire de tranquilo misterio. Sonreía fácilmente y la sonrisa parecía alejarla. Vestía de negro, lo cual es raro en tierras del Norte, que tratan de alegrar con colores lo apagado del ámbito. Hablaba un inglés nítido y preciso y acentuaba levemente las erres. No soy observador; esas cosas las descubrí poco a poco.
Nos presentaron. Le dije que era profesor en la Universidad de los Andes en Bogotá. Aclaré que era colombiano.

Me preguntó de un modo pensativo:

–¿Qué es ser colombiano?

–No sé –le respondí–. Es un acto de fe.

–Como ser noruega –asintió.
Nada más puedo recordar de lo que se dijo esa noche. Al día siguiente bajé temprano al comedor. Por los cristales vi que había nevado; los páramos se perdían en la mañana. No había nadie más. Ulrica me invitó a su mesa. Me dijo que le gustaba salir a caminar sola.

Recordé una broma de Schopenhauer y contesté:
–A mí también. Podemos salir juntos los dos.
Nos alejamos de la casa, sobre la nieve joven. No había un alma en los campos. Le propuse que fuéramos a Thorgate, que queda río abajo, a unas millas. Sé que ya estaba enamorado de Ulrica; no hubiera deseado a mi lado ninguna otra persona.

Oí de pronto el lejano aullido de un lobo. No he oído nunca aullar a un lobo, pero sé que era un lobo. Ulrica no se inmutó.
Al rato dijo como si pensara en voz alta:
–Las pocas y pobres espadas que vi ayer en York Minster me han conmovido más que las grandes naves del museo de Oslo.
Nuestros caminos se cruzaban. Ulrica, esa tarde, proseguiría el viaje hacia Londres; yo, hacia Edimburgo.

–En Oxford Street –me dijo– repetiré los pasos de De Quincey, que buscaba a su Anna perdida entre las muchedumbres de Londres.

–De Quincey –respondí– dejó de buscarla. Yo, a lo largo del tiempo, sigo buscándola.

–Tal vez –dijo en voz baja– la has encontrado.

Comprendí que una cosa inesperada no me estaba prohibida y le besé la boca y los ojos. Me apartó con suave firmeza y luego declaró:
–Seré tuya en la posada de Thorgate. Te pido mientras tanto, que no me toques. Es mejor que así sea.

Para un hombre célibe entrado en años, el ofrecido amor es un don que ya no se espera. El milagro tiene derecho a imponer condiciones. Pensé en mis mocedades de Popayán y en una muchacha de Texas, clara y esbelta como Ulrica, que me había negado su amor.

No incurrí en el error de preguntarle si me quería. Comprendí que no era el primero y que no sería el último. Esa aventura, acaso la postrera para mí, sería una de tantas para esa resplandeciente y resuelta discípula de Ibsen.

Tomados de la mano seguimos.

–Todo esto es como un sueño –dije– y yo nunca sueño.

–Como aquel rey –replicó Ulrica– que no soñó hasta que un hechicero lo hizo dormir en una pocilga.

Agregó después:

–Oye bien. Un pájaro está por cantar.

Al poco rato oímos el canto.

–En estas tierras –dije–, piensan que quien está por morir prevé lo futuro.

–Y yo estoy por morir –dijo ella.

La miré atónito.

–Cortemos por el bosque –la urgí–. Arribaremos más pronto a Thorgate.

–El bosque es peligroso –replicó.

Seguimos por los páramos.
–Yo querría que este momento durara siempre –murmuré.

–Siempre es una palabra que no está permitida a los hombres –afirmó Ulrica y, para aminorar el énfasis, me pidió que le repitiera mi nombre, que no había oído bien.

–Javier Otárola –le dije.

Quiso repetirlo y no pudo. Yo fracasé, parejamente, con el nombre de Ulrikke.

–Te llamaré Sigurd –declaró con una sonrisa.

–Si soy Sigurd –le repliqué–, tú serás Brynhild.

Había demorado el paso.

–¿Conoces la saga? –le pregunté.

–Por supuesto –me dijo–. La trágica historia que los alemanes echaron a perder con sus tardíos Nibelungos.

No quise discutir y le respondí:

–Brynhild, caminas como si quisieras que entre los dos hubiera una espada en el lecho.

Estábamos de golpe ante la posada. No me sorprendió que se llamara, como la otra, el Northern Inn.
Desde lo alto de la escalinata, Ulrica me gritó:

–¿Oíste al lobo? Ya no quedan lobos en Inglaterra. Apresúrate.

Al subir al piso alto, noté que las paredes estaban empapeladas a la manera de William Morris, de un rojo muy profundo, con entrelazados frutos y pájaros. Ulrica entró primero. El aposento oscuro era bajo, con un techo a dos aguas. El esperado lecho se duplicaba en un vago cristal y la bruñida caoba me recordó el espejo de la Escritura. Ulrica ya se había desvestido. Me llamó por mi verdadero nombre, Javier. Sentí que la nieve arreciaba. Ya no quedaban muebles ni espejos. No había una espada entre los dos. Como la arena se iba el tiempo. Secular en la sombra fluyó el amor y poseí por primera y última vez la imagen de Ulrica.

en El libro de arena, 1975-

Fotografía de Guy Bourdin



http://www.guybourdin.org/

Rene Magritte

Magritte nació en la pequeña localidad belga de Lessines, en la región del Hainaut, pero su infancia transcurrió en distintos lugares a los que fue trasladándose la familia.

Su padre era sastre y su madre, que de soltera había ejercido como modista y sombrerera, se suicidó en 1912 arrojándose al Sambre en Chatelet. Los ecos del suicidio materno pueden percibirse todavía en algunos cuadros de finales de los años veinte - Los amantes (1928)-, en los que aparecen figuras con la cabeza cubierta por una tela evocando la imagen del cadaver de la madre, que fue rescatado del río con la camisa cubriéndole el rostro. por Milko A. García Torres . http://www.imageandart.com/tutoriales/biografias/magritte/



sábado, 11 de septiembre de 2010

En Popayán se celebró el Octavo Congreso Gastronómico

02 de septiembre de 2010



En el marco del mes del Patrimonio Cultural, se celebró el Congreso Nacional de Gastronomía de Popayán. Este año la República Popular China es el país invitado y el departamento del Meta la región invitada.

Bogotá, D.C. septiembre de 2010. La representación de China estuvo a cargo de la ciudad de Chengdu, segunda en obtener el título de Ciudad Gastronómica de la UNESCO, después de Popayán, para lo cual viajaron 4 chefs específicamente para este propósito ,además de la representación oficial.


El sábado 4 de septiembre el atractivo fuenutrida delegación de chefs y artistas de los Llanos orientales.

Finalmente el domingo 5 de septiembre se cerró el Congreso con una fiesta de gastronomía caucana en la histórica Hacienda de Calibío, donde se evocó la gesta libertadora con una puesta en escena a la usanza de 1810, en homenaje al Bicentenario de las Independencias.

El plato fuerte del Congreso como en años anteriores fue la programación académica donde los invitados de honor profundizaron en su gastronomía y costumbres, además de ponencias, investigaciones y talleres.

También, en el marco del Octavo Congreso Gastronómico, la Corporación Gastronómica de Popayán celebró los días 3 y 4 de septiembre del 2010 en la Casa Museo Guillermo León Valencia el Primer Congreso Gastronómico Chiquito de Popayán, en donde los niños fueron los grandes protagonistas de la gastronomía.

El Ministerio de Cultura, a través de su Programa Nacional de Concertación, ha contribuido a la realización del Congreso Gastronómico de Popayán con un aporte superior a 100 millones de pesos desde el 2006. Adicionalmente, el Programa de Estímulos del Ministerio de Cultura ha realizado cuatro versiones del Premio Nacional de Gastronomía relaciones entre la alimentación y el Patrimonio Cultural Inmaterial que cuenta con dos categorías; receta de innovación y de reproducción de la receta tradicional.

Este Premio ha posicionado en el país como uno de los proyectos más importantes para la protección de los saberes y tradiciones culinarios, diversificando las prácticas sociales de la cocina y generando conciencia sobre el cuidado del medio ambiente frente al uso de determinados ingredientes de las recetas locales.


Conozca la programación del Octavo Congreso Gastronómico en ttp://www.gastronomicopopayan.org



Para mayor información en: congresochiquito@gastronomicopopayan.org, o acercarse a las oficinas de la Corporación Gastronómica de Popayán, Calle 4 No 9-82.

fuente: http://www.mincultura.gov.co/?idcategoria=40306